Mensaje
por spauser » 24 Jun 2008 21:27
En Ruritania.
No pensé jamás que me pudiera ocurrir esto a mí, pero juro por dios que llegó un momento en que estuve harto de tanta curva.
Aquel era el paraíso para todo buen amante de las dos ruedas que se precie, las carreteras parecían todas recién asfaltadas, sin un solo bache y con un grip más que bueno, no eran demasiado anchas al tratarse en su totalidad de carreteras de montaña, pero nada que ver con los estrechos y revirados puertos de nuestro país, hay que recordar que la casi la totalidad del transporte del mineral solo se podía hacer por carretera, quizás por eso estaban tan bien hechas y conservadas.
Tras disfrutar más de dos horas de subidas, bajadas, de curvas y del increíble paisaje, llegué a agotarme, tanto física como mentalmente y no tuve más remedio que detenerme un rato y despejarme un poco.
Lo hice en lo alto de un puerto, en un pequeño arcen que servia de mirador a un inmenso y verde valle, ¿Dónde estaban las casas en aquel país? Aún no había visto ninguna.
Me encendí un cigarrillo y me puse a estirar un poco las piernas por los alrededores.
El aire sabia diferente, era más fresco y más intenso, no se como explicarlo, en cualquier caso resultaba revitalizante.
Al poco rato de estar allí, empecé a oír a lo lejos el rugido grave de varios motores, no tardé en identificarlos como bicilíndricos de moto, y venían fuertes,
Otra de las ventajas del lugar era que no existía limitación de velocidad, las señales solo indicaban una recomendación en los tramos más revirados o en pendientes, cada segundo me sentía más a gusto aquí.
Desde el borde del mirador pude ver tres KTM Supermoto totalmente negras, tanto las monturas como los pilotos, subiendo a cuchillo el puerto, se notaba de lejos que tenían buenas manos y que se conocían el terreno, hay que jod*rs* como iban los pavos, en poco tiempo llegarían a mi posición.
Vi al primero poco después, saliendo a una rueda de la curva, seguido a centímetros por los otros dos, impresionante…
Al pasar frente a mí les saludé con la típica V motera.
El primero del grupo frenó, y lo hizo tan bruscamente, que sus dos compañeros libraron por los pelos de no llevárselo por delante.
Me asusté, había estado a punto de causar un accidente por una tontería, corrí hacia ellos para disculparme, pero ellos ya estaban dando la vuelta y en segundos se pararon junto a mi BMW.
Comencé a disculparme mientras se bajaban de las motos, pero me quedé mudo cuando el que había dado el frenazo se quitó el casco con pantalla negra y vi mi cara en la suya.
-¡válgame Dios...! -exclamó mi doble. En Ruritania eran muy católicos.
Yo sabia quién era él, pero el no conocía de mi existencia.
Me presente cortésmente en ingles, ante la estupefacta mirada de los tres hombres.
Los que le acompañaban tenían toda la pinta de ser los guardaespaldas, dos tipos altos y fornidos como armarios, con el pelo casa rapado y mirada inquieta.
A mi particularmente, no me quitaban ojo y su expresión no era tan divertida ni afable como la del príncipe Edgar.
Este no paraba de dar vueltas a mi alrededor, lanzando toda clase de exclamaciones y hablando en alemán con sus compañeros, lastima que no entendiera ni jota, me hubiera gustado saber que les decía de mí.
-¿Qué haces en mi país…?-me preguntó por fin en ingles sin malicia.
Una vez más volví a contar la historia, y para mi sorpresa, al futuro rey le encantó. Tanto es así, que a partir de aquí todos mis planes se fueron al traste.
-tenemos que celebrar este agradable encuentro…-dijo complacido- esta noche será mi huésped, le ruego que acepte.
Poco había que rascar ante tal situación, acepté gustoso.
Me explicó brevemente que a continuación nos dirigiríamos con las motos hasta el palacio de caza del rey, quedaba a pocos minutos de aquí, en medio de un bosque, ya debían estar esperando su llegada.
Dicho y hecho, montamos en la moto, Edgar fue en cabeza y yo entre los dos gorilas, me tenían bien vigilado, su trabajo era no fiarse de nadie y por lo que parecía lo hacían muy bien.
Tengo que decir, por pura autocomplacencia, que a pesar del fuerte ritmo que Edgar imprimió a su montura, estuve a la altura y no me despegué de su colín en todo el trayecto.
Salimos de la carretera y tomamos un estrecho camino sin señalar, nos metimos de lleno en mitad de la espesura de un frondoso bosque, noté que a pesar de la cordura, el ambiente allí era bastante más fresco, en cualquier caso, merecía la pena pasar un poco de frío solo por la belleza del paisaje.
Poco después, salimos a un gran claro, en mitad del cual, se levantaba un pequeño y bonito palacete de dos pisos de aire medieval.
Detuvimos las motos frente a la gran puerta de entrada, por la que empezaron a asomar multitud de personal de servicio.
El príncipe se quitó el casco y empezó a saludarlos uno a uno llamándoles por su nombre y bromeando con algunos, la fama de que el pueblo lo quería no debía ser un bulo, observando su comportamiento campechano.
Tras los saludos pidió que me prepararan una estancia y que metieran mis maletas en el palacio, tuve que echar una mano para soltarlas de la moto.
El príncipe se disculpo, alegando obligaciones inaplazables y se despidió de mí quedando para tomar una copa antes de cenar.
Quedé en la entrada, escoltado por uno de los gorilas, aún flotando como en una nube inquieta, tras los bruscos cambios ocurridos en tan poco tiempo.
-¿Qué hacemos ahora…?-pregunté a mi sombra.
Me hizo un gesto para entrar dentro, no le hice tener que repetírmelo.
Fui alojado en una espaciosa habitación, trofeos de caza y pieles de animales decoraban paredes y suelo, el mobiliario clásico de madera quedaba perfecto con la decoración, las maletas de aluminio de la moto ya estaban allí. Antes de dejarme solo, el gorila me dijo que podría asearme y cambiarme de ropa para la cena, y me dejó bien claro con un tono duro y con mucho acento alemán, que no se me ocurriese dejar la habitación.
Le prometí que podría estar tranquilo, pero no se por qué, no se creyó mis sinceras palabras.
Aproveche para darme un largo y relajante baño, la verdad es que lo necesitaba, lo disfruté sin prisas.
Luego me afeité y saqué ropa de calle de mi equipaje, daba gusto cambiar la cordura por unos cómodos vaqueros y una buena camisa.
Como tenia que esperar a que vinieran a buscarme, abrí una ventana y me fumé un pitillo a gusto, justo acababa de arrojar la colilla por la ventana cuando oí la cerradura, ya podía salir.
Fui escoltado por los pasillos hasta un gran salón, allí si que había bichos disecados por todas partes, iluminada la estancia solamente por las llamas de una inmensa chimenea en el fondo, a uno se le encogía un poco el animo.
Me senté como un corderito en un gran sofá, y un poco nervioso esperé, tratando de no mirar mucho a la cara al gorila que se sentó frente a mí.
Gracias a Dios no hube de esperar mucho rato, si por lo menos el gorila me hubiese dado algo de conversación… pero nada, mudo como una roca.
Edgar entró en el salón a grandes pasos, con una sonrisa en la boca y pidiendo a gritos que encendiesen las luces, al verle acercarse, me puse en pie.
-¡pero Otto…!-exclamó- no has sido capaz ni de ofrecerle una copa a nuestro invitado…
Otto puso cara de lamentarlo y yo le excusé alegando que no tenía sed.
-pero ahora tomaremos algo mientras preparan la cena…-me sugirió
-será un placer.
No tenía por costumbre empezar a darle al drinkin antes de llenar el estomago, pero esta vez hice una excepción, y me tomé una buena copa de un exquisito y desconocido vodka ruso.
-¿y bien…que te parece mi pequeño país? -me preguntó Edgar rompiendo el hielo.
-pues lo poco que he visto me ha encantado.
-¿Cómo ha conseguido el visado de entrada…? -atacó Otto.
El príncipe le lanzó una mirada fulminante y el hombre se calló.
Un poco incomodo por la agresividad de aquel tipo, decidí contar la verdad, para evitar suspicacias y dejar bien claras mis inocentes intenciones.
Expliqué como había viajado hasta el consulado en Madrid y lo estupendamente que fui atendido por su personal, haciendo hincapié sobre todo en especial al cónsul, que hasta me había buscado alojamiento en el mejor hotel y me había invitado a acompañarlo a la recepción oficial previa a la coronación.
Al escuchar mis palabras, el príncipe frunció el entrecejo y su expresión se tornó oscura, y en cuanto a Otto, la verdad es que tuvo que contenerse para no saltar del sofá.
-¿he dicho algo inconveniente…? -pregunté extrañado por su reacción.
-en absoluto…-dijo Edgar.
Pero a continuación, dirigió su mirada a Otto y este salió disparado del gran salón.
-aquí esta pasando algo raro…-no pude contenerme.
-nada de lo que debas preocuparte – me aseguro.
No quise insistir, pero una mosca empezó a rondarme tras las orejas.
Seguimos charlando como si nada, de nuestro increíble parecido, de nuestros países y costumbres…el príncipe solo conocía la capital e Ibiza, y de motos.
Al poco rato regresó Otto en medio de grandes zancadas y plantándose en un santiamén junto a su señor, le habló al oído, yo cada vez estaba más intrigado… aquí había gato encerrado.
Otto volvió a salir casi a la carrera tras intercambiar unas pocas frases en alemán entre ellos.
Cuando nos quedamos de nuevo solos, la cara del príncipe tenía una agridulce expresión.
-igual debiera abandonar el país…-me ofrecí- creo que mi llegada esta siendo motivo de muchos trastornos…
Edgar lanzó una gran carcajada que me dejó totalmente descolocado.
-mi querido amigo…-dijo aún entre risas- me temo que ahora eso es imposible…
-¡Explícate…!- lo tuteé ya irritado.
Me hizo gestos para que me tranquilizase y dio un largo trago a su copa antes de responderme.
-si en algo aprecia su pellejo, querido amigo, será mejor que permanezca junto a mí.
Aquella respuesta me dejó totalmente descolocado.
-me temo que no entiendo nada…
Edgar sin dejar de sonreír siguió hablando.
-creo que sin quererlo ni sospecharlo, formas parte de un complot para evitar que yo llegue al trono…-dijo como si nada.
-¡no es posible…!-dije irritado poniéndome en pie - ¡yo jamás formaría parte en algo tan sucio y descabellado!
El príncipe me rogó que me calmase y pidió explicarse, me costó bastante calmarme lo suficiente como para volver a tomar asiento, de repente me entraron las ganas de volver a mi casa cuanto antes.
-no se exactamente que es lo que esta tramando el bueno de mi hermano Rupert pero viendo nuestro increíble parecido creo que trata de suplantarme por ti. Te aseguro que si no estoy en lo cierto, nunca hubieras podrido conseguir un visado de entrada, el cónsul en España es un acólito de mi hermano y yo mismo firme su orden de traslado para sacarlo de aquí, era un hombre muy poderoso dentro del ejercito y no estaba de mi lado, era muy peligroso que tuviera poder, podría poner gran parte de las fuerzas armadas en mi contra, incluso estallar una guerra civil que de ninguna manera puedo consentir por el bien de mis súbditos.
No cabe duda que Edgar sabia muy bien lo que se decía, pero seguía sin ver que podía pintar yo en medio de aquellas intrigas de poder, así se lo hice saber.
-viniendo del mal nacido de mi hermano cualquier cosa… puede secuestrarme o matarme, y teniéndote a ti, obligarte a salir en publico diciendo que he renunciado la corona a su favor… darías el pego a la perfección.
No hizo falta que me explicase lo que me ocurriría a mí una vez logrado su objetivo.
-¡tengo que abandonar el país cuanto antes! -grité asustado.
Edgar asintió.
-en estos momentos Otto esta ocupándose, pronto vendrá un helicóptero a recogerte, te llevará hasta Viena donde te esperará nuestro avión privado que te dejará en casa en pocas horas…
Al oír aquello se me alivió una presión en el pecho que poco a poco se me había ido formando.
-no te preocupes por tu moto…-zanjó el tema- en cuanto pase el día de la coronación dentro de una semana, serás mi invitado de honor y cuando decidas regresar a casa podrás llevártela.
Lo ultimo que me importaba ahora era largarme de aquí, a la moto la podían dar por el culo.
-tomemos otra copa mientras llega el helicóptero…-dijo tranquilamente.
Soy responsable de lo que digo, no de lo que tú entiendas